martes, 15 de enero de 2008

Argentinos por el mundo

Artículo publicado en la revista El Gráfico, en 2000.
Por PABLO ARO GERALDES

En la búsqueda de nuevas oportunidades, cientos de futbolistas argentinos cruzaron las fronteras. Aquellos que triunfaron en Italia y España consiguieron un lugar de prestigio y beneficios económicos. México, Portugal y Colombia albergaron las gambetas de otros tantos. Pero muchos, alentados por sus ganas de seguir siendo protagonistas, atendieron el llamado de los piques de la pelota en los rincones más exóticos del planeta. No se limitaron a Europa y América Latina. Guiados por contratos seductores y por la intención de cambiar de aire ante la falta de oportunidades, partieron a lo desconocido y se calzaron los botines en canchas cubiertas de nieve, rodeadas de selvas o desiertos, inmersos en costumbres diametralmente opuestas a las argentinas. De regreso, abrieron sus valijas llenas, no siempre de dinero, pero sí de anécdotas imperdibles.

Quien dice que no hay querencia
que le pregunte a la ausencia...

Cuando la nieve del Ártico empieza a derretirse a mediados de abril, llega el momento del fútbol para los países escandinavos. Tierras donde el progreso y la educación se manifiestan en cada hecho cotidiano. Así lo advirtió Raúl Peralta al arribar a Finlandia para incorporarse al Inter de la ciudad de Turku. El ex volante central de Boca, Huracán y Español es testigo de una cultura cívica que sorprende a cualquier llegado desde Sudamérica. “Acá los vendedores de alarmas se cagarían de hambre, nadie roba nada. Los autos quedan en la vereda sin llave y los chicos pueden dejar los juguetes, las bicicletas, en una plaza, que al otro día los van a encontrar en el mismo lugar”, comenta telefónicamente, agradeciendo al periodista de El Gráfico la posibilidad de poder “escuchar una voz argentina”. Es que más allá de compartir el plantel con otros dos argentinos -Samuel Cappa y Gabriel Flores-, el cordobés extraña el diálogo de todos los días. “Los finlandeses hablan su idioma y además el sueco y el inglés, pero yo no entiendo ninguno de los tres. Tengo contacto con la Argentina vía Internet, pero ahora nos prometieron que nos iban a instalar una antena parabólica que agarra ATC. Algo es algo”, se conforma. El alto nivel de vida de Finlandia y el respeto mutuo entre sus habitantes produce hechos que contrastan con lo que sucede en la Argentina. “La semana pasada apareció en el diario, como un hecho de vandalismo, que habían pintado una cabina de teléfono con aerosol, si vieran lo que pasa en la Argentina se mueren del susto”, comenta asombrado. Pero él también se quedó perplejo cuando fue a un restaurante junto a su esposa y vieron como otra pareja elegía mesa mientras dejaba al cochecito de su bebé en la calle, cuando hacía 15 grados bajo cero. “’¿Estos se volvieron locos?’, pensamos. Lo van a matar, al pibe... Pero entonces nos explicaron que el aire frío del norte es bueno para los chicos, que les mata todos los virus y los fortifica. No lo podíamos creer, pero después empezamos a fijarnos y había bebés en los balcones, a la intemperie. Debe ser cierto no más...”.

Ankara, capital de Turquía fue el punto de partida de la pesadilla que Jorge Rinaldi debió soportar. La poco tentadora comida de las concentraciones y el precario departamento que le asignaron (una letrina era la única instalación sanitaria) aceleraron sus añoranzas porteñas cuando recién cumplía el primero de sus dos años de contrato. Ante la negativa del presidente del Gençlebirligi a devolverle el pasaporte que le había retenido, debió recurrir a la Embajada Argentina donde obtuvo uno provisorio. “Hasta el momento de subir al avión nos persiguió la policía, dada la enorme influencia del presidente”, cuenta el ex delantero de San Lorenzo, Boca y River. Luego, casi milagrosamente y recordando la película Expreso de Medianoche, el jugador y su apoderado Osvaldo Rivero lograron escapar. Del fútbol “profesional pero con mentalidad amateur” tampoco guarda buenos recuerdos, aunque sonría al comentar que “luego de perder el clásico con Ankaragüçü, nuestro técnico desapareció. Recién volvió, sin dar explicaciones, al jueves siguiente”.

A Fernando Kuyumchoglu se lo identificó primero por su apellido difícil; más tarde por su desempeño en la selección juvenil junto a Redondo, Frutos, Salaberry y compañía. Tras su paso por River Plate, aceptó una oferta del Ethnikós de Grecia, alentado por conocer el idioma, por sus raíces familiares. Aunque no tenía problemas de comunicación, la pasión de los griegos hizo que las cosas no le resultaran fáciles: “al partido siguiente de convertir dos goles y servir otro, el técnico me mandó al banco, y en el próximo ni siguiera me convocó”, recuerda. Pero lo más insólito es la razón que le dio el entrenador: “me dijo que los goles que había hecho eran fáciles de marcar y por eso me sacó”, cuenta con un asombro que todavía le dura. Además, el volante que pasó por Platense, Estudiantes y Temperley, sufrió un complot de sus compañeros con el entrenador: “solía recibir llamados de los jugadores en lo que entendí un gesto amistoso. Hasta que comprobé que, mandados por el propio técnico, lo hacían para controlarme”.

Mejor suerte tuvo Juan José Borreli, quien pasó cinco temporadas en Panathinaikós, el principal equipo del país. Claro que su gran momento futbolístico no estuvo exento de momentos extraños. “Al principio era duro. Me quedaba sentado en un rinconcito del vestuario mientras todos se mataban de risa y lo primero que pensaba es que se burlaban de mí. Después fui aprendiendo el idioma y la integración se hizo más fácil”, cuenta Joto-Joto, como lo rebautizaron en Grecia. Lo que tardó en aprender fue la forma de gesticular que los griegos usan para insultar. No hacen cuernitos ni alzan el dedo mayor: muestran la palma de la mano, como lo hace el resto del mundo para decir “Alto”, pero empujando. En el caótico tránsito de Atenas, le tocó al padre del volante de San Lorenzo aprender esa seña. “Estaba con mi viejo en el auto y de los demás coches por momentos nos hacían ese gesto. Nosotros creíamos que eran hinchas que me reconocían y los saludábamos”.

Próxima a Tel Aviv y alejada de las tensas fronteras con Palestina se encuentra Kfar Sabah, en Israel. Allí aterrizó Oscar Garré, a comienzos de los ’90, y para su sorpresa se vio rodeado no sólo de judíos, sino también de cristianos y musulmanes, todos custodiados por oficiales del ejército. “Tuvimos que jugar con el Hapoel de Jerusalem, en el barrio más religioso, y esa fue la única vez que vi a los judíos ortodoxos en una cancha”, contó el defensor, sorprendido por no ver judíos en su propia tierra. Pronto encontró una explicación a esa curiosidad: los sábados -día del fútbol en Israel- son tomados por los religiosos como día de recogimiento. “Los viernes por la tarde desaparecen y se la pasan rezando hasta el domingo, que es cuando empieza la semana laboral”, entendió Garré.
Los vivencias israelíes también rozaron a Héctor Almandoz, el ex defensor de Vélez y Estudiantes que pasó por el Macabi Haifa de Israel en 1998, dejaron su sello. “Es increíble, pero en un shopping o en lugares para comer, no se soporta la baranda que tienen, una transpiración muy fuerte. Ellos quizás están acostumbrados, pero para mi era tremendo. Mis compañeros no usaban desodorante, yo me mataba con talco, desodorante, perfumes, era el último en irme del vestuario y ellos, encima, me miraban raro. Se pegaban una ducha sin jabón, de diez segundos y la mayoría no usaba calzones”.
Pero Almandoz, hoy en Buenos Aires, también sufría por las comidas típicas del país -“la mayoría muy picante”- y, confesó que “tiraba en base a arroz y sánguches”. Sólo en Haifa, una ciudad que mezcla ciudadanos israelitas y árabes en igual medida, las comidas se asemejaban. “Ibamos a comprar carne para milanesas en los negocios árabes y los cortes eran totalmente diferentes. Le pedía por favor que me la corte para milanesa, con gestos y todo, pero no me entendían. Entonces me cansé y me pasé del otro lado del mostrador y le mostré como tenía que ser. Cuando corté la primera milanesa, la gente me aplaudía”. El defensor pensó en volverse antes de tiempo varias veces.
“Algún atentado lo dejé pasar porque mi familia no se dio cuenta. Pero una vez fui al Muro de los Lamentos y dos días después hubo una bomba, ahí me cansé”.

El primer día de 1999 llegó con una noticia para Mauro Carabajal -volante que por entonces jugaba en Rosario Central-, cuando el Vojvodina de Yugoslavia se interesó por sus servicios: hacia allá fue, a préstamo por un año y medio. Entonces, la guerra de Kosovo -el ataque conjunto de la OTAN contra esa provincia de Yugoslavia-, lo hizo vivir situaciones inesperadas. “Estábamos disputando el campeonato y el 28 de marzo jugaban Yugoslavia y Croacia el clásico. Nosotros nos fuimos a Hungría a una pretemporada y nos salvamos porque el 1 de abril empezó el bombardeo. La primera bomba cayó en Novi Sad -a una hora de Belgrado-, la ciudad de nuestro equipo, que fue la más arrasada por la guerra”, recuerda a la distancia. Luego de una estadía prolongada en Hungría, los directivos del club le avisaron que, por dos años, el fútbol ya no sería profesional en Yugoslavia, ya que todos los fondos serían destinados a la reconstrucción del país. Carabajal lo lamentó porque ganaba muy bien, el doble que sus compañeros -“lo arregló Mijik Dusan, el que me llevó, que me pidió que el resto del plantel no tenía que saberlo porque seguro se calentaban muy mal conmigo y los dirigentes”-, y decidió irse a España, al Recreativo de Huelva. “Del fútbol yugoslavo me sorprendió la violencia, y ojo que juegan muy bien, son de los mejores en Europa. Pero dejan pegar demasiado y los jugadores son muy calentones. Si les tiraba un caño, me seguían por toda la cancha para bajarme”.


Otro que sufrió las cercanías de la guerra fue Mario Kempes, que a principios del ‘97 se hizo cargo del SK Lushnja, de Albania, el país más pobre de Europa en el que, pocos días después de su llegada (arribó el 4 de enero), estalló una guerra civil. Menos de un mes duró en su cargo: “Tuve que escaparme. Lo agarré a mi hermano, que era el preparador físico y nos vinimos enseguida. Hasta el conflicto había cierto bienestar, pero en base a la especulación económica. Cuando quebró una de las principales financieras, que era propiedad del padre del presidente del club que dirigí, todo estalló. Hasta el secretario del club me dijo que me fuera antes de que sea demasiado tarde”, asegura. Pero no fue su única experiencia extraña, porque también dirigió al Palitta Hyatt de Indonesia. Sus palabras reflejan cabalmente la travesía: “Allí, uno entra a la cancha y no sabe si va a salir vivo. Es normal que la gente rompa los alambrados para entrar a la cancha y fajar a los jugadores. Y la policía no se queda atrás, reprime con caña tacuara. Es un fútbol muy violento”.

Otro testigo de la violencia fue Gabriel Perrone, que en 1992 y con 25 años, ante la falta de ofertas tentadoras en el fútbol local -estuvo un año libre luego de jugar para Ferro y sufrir una lesión en la rodilla-, se marchó a jugar para el FAS de El Salvador, animado por un buen contrato. Ese país centroamericano sufría los resabios de una cruel guerrilla que venía de décadas. “Era una sociedad ganada por la violencia, sobre todo en chicos de 15 o 16 años, producto de la guerrilla -cuenta Perrone-, que andaban con armas por la calle, robaban y no tenían problemas en matar. Cuando iba a cobrar, en el banco te pedía el arma antes de entrar. Lo peor fue una vez que, con un compañero brasileño, salimos con el auto y bajé para hablar por teléfono. Entonces unos chicos de 14 años se robaron el auto con el pibe adentro, que llegó a tirarse en una esquina. Nuestros compañeros dijeron que nos salvamos de que nos maten porque éramos extranjeros”. No fueron sus únicos dramas. Aunque hoy asegure que “toda experiencia es positiva”, porque jugó en un grande de El Salvador, también sufrió una internación de 20 días por una extraña infección que se presumió paludismo o fiebre tifoidea, además de los constantes temblores de tierra.

Es sabido que la estatura promedio de un japonés es claramente inferior a las de los europeos. Pero grande fue la sorpresa de Víctor Hugo Ferreyra, ex San Lorenzo, cuando después de su primer entrenamiento con el Mitsubishi Red Diamonds, se dirigió al vestuario y encontró las duchas a tan sólo un metro y medio del piso. Con dificultad, un traductor le explicó cómo debía usarla: “me trajeron una palangana y un banquito para sentarme; fueron los baños más incómodos de mi vida”, recuerda Ferreyra, “ellos acostumbran bañarse sentaditos y con las patas remojadas”.
No fue el único que chocó con la cultura local a la hora de la higiene. Leonardo Ricatti, ex centrodelantero de San Lorenzo, All Boys y Almirante Brown, llegó al Esperance de Túnez tras un frustrado pase al Avellino de Italia. “No quería saber nada, pero el empresario que me llevó me insistió tanto que hice el intento de quedarme. Estuve 10 días, pero me pasó de todo. Después de una práctica me voy a duchar; me sacó la ropa y me paro debajo de la lluvia. En eso entra el utilero a los gritos: ‘¡¿estás loco? ¿Como te vas a bañar desnudo? La religión islámica no lo permite!’, me decía en italiano. Después de eso no me quedaban más ganas de quedarme en Africa. Hablaba por teléfono a Buenos Aires todo el tiempo, total el empresario me había dicho que él pagaba la cuenta. Pero cuando estoy por salir para el aeropuerto, me ataja el conserje del hotel por una deuda de 700 dólares de llamadas teléfonicas. Lo buscaba para matarlo, pero el técnico me calmó y pagó la cuenta de su bolsillo. Llego a Roma y cuando quiero embarcar para Buenos Aires, me avivo que también me había estafado con los pasajes”. No fueron los únicos inconvenientes en la carrera de Ricatti, hoy retirado. En el Banska Bistrica, de Eslovaquia se sentía un duque. “El club me puso una casa en la montaña, con una vista espectacular. Un sábado, mi señora baja a la cocina para preparar unos mates y vuelve espantada al dormitorio: ‘hay un tipo desayunando en la cocina’ me dijo agitada. Todo se aclaró cuando los dirigentes me explicaron que era el dueño de la casa, que la había alquilado con la condición de volver los fines de semana para descansar”, cuenta. Allí se encontró con Fabio Nigro, ex puntero de River y Estudiantes, figura del campeonato eslovaco con la camiseta del Slovan Bratislava. Las pretemporadas de este equipo era muy diferentes a las argentinas: “Primero nos llevaron a un spa -cuenta-; en un momento entramos al sauna y ¡Oh sorpresa!, era mixto. Nos daba calor sacarnos la toalla, los argentinos en esos casos somos pudorosos. Y en eso caen dos esquiadoras, revolean los toallones y se acuestan adelante de nosotros. ¡Si llegara a estar ahí el plantel de Chicago...! Después tenías que ir a una bañera donde una chica te mojaba con una manguera a presión".


Tras la caída del Apartheid, la convivencia entre blancos y negros en Sudáfrica se hizo más civilizada. El fin de las sanciones internacionales hizo que los clubes pudiesen participar en las competencias continentales e imponer la supremacía económica del país en la región. Así, las puertas del fútbol sudafricano se abrieron también para los argentinos. Y alentados por un dinero que jamás recibieron, Diego Monarriz, Osvaldo Nartallo y Manuel Aguilar dejaron San Lorenzo y cruzaron el Atlántico, en 1992. Pero encontraron algo más parecido a la serie Shaka Zulu que al fútbol profesional que les había prometido un empresario sin escrúpulos. “Antes de los partidos -cuenta Monarriz- el utilero ponía todas las camisetas, pantalones y medias en un tacho con un líquido misterioso, y a su alrededor prendían como sahumerios que los jugadores negros olían y a los que condimentaban con pases mágicos. Después de eso teníamos que salir a jugar con la ropa mojada”. Eran momentos de volver a nacer para el fútbol sudafricano, que pronto se convirtió en potencia continental. La diferencia con el resto de los países es notoria. “En una ocasión tuvimos que viajar a Camerún en un avión con hélices que tuvo que hacer una escala técnica en el Congo. Jamás me voy a olvidar de ese aeropuerto internacional; creo que la estación de Ciudadela era más moderna”, recuerda Monarriz.

Tras ganar el ascenso a Primera con Chacarita, el defensor Fernando Cassano partió hacia Alemania. Claro, no lo aguardaba la fastuosa Bundesliga, sino un incierto desafío en el Dresdner, de la Liga Regional Noreste. Afortunadamente para él, lo esperaban otros dos argentinos, Sergio “Zapatilla” Sánchez y el ex Chacarita Sergio Bustos, este último conocedor del país tras su paso por el Nürnberg. El objetivo era ganar el torneo y subir a la Bundesliga 2, o quedar entre los primeros seis para asegurarse un lugar en la Bundesliga 3, que comenzará a disputarse en la temporada 2000/01. Clima helado, pasión en cuentagotas, hacían que la nostalgia de Buenos Aires asomase en los atardeceres. Pero tenían un remedio infalible: el mate. “Estábamos todo el tiempo con la bombilla en la boca -relata Bustos-, los periodistas y nuestros compañeros querían saber qué era. En una concentración, esperaron a que los tres nos descuidemos y se atacaron el paquete de yerba. Lo primero que hicieron fue metérsela en la boca y cuando entramos en la habitación los encontramos escupiéndola, un asco”. El Trío Gaucho, como lo caratuló el periodismo alemán, implantó otras costumbres argentinas entre los germanos. “No había concentración ni viaje en los que no sonara Rodrigo o Nueva Luna; había que ver a los alemanes enganchados con el cuartetazo y la música tropical. Ellos la llamaban ‘gumbia’”, cuentan los tres. El momento máximo lo vivieron en Berlín, cuando un argentino radicado en esa capital los invitó a una noche de truco, choripán y cerveza Quilmes. Además, con la experiencia de varios pasos por las aduanas, Bustos es el encargado de proveer la carne argentina: “la clave para que no salte en las computadoras detectoras de sanidad ni por los perros de policía es llevarla congelada y sin el hueso. Así pasé por Frankfurt con milanesas, vacío, matambre y lo mejor de nuestra carne; porque la que se come allá no tiene nada que ver”, enseña.

4 comentarios:

piterino dijo...

Otro post para leer, releer y disfrutar mientras se aprende.
Historias y areportajes así sí que deberían inundar nuestra Prensa especializada, pero "Spain is different", ya se sabe.

Una de las primeras reflexiones a que me invita el artículo es la tremenda descapitalización futbolística que vive casi desde siempre Argentina. también es verdad que eso supone que hay un pedacito de Argentina casi en cualquier parte del mundo en que el fútbol tenga una cierta importancia (en los que no, más de lo mismo).

Argentinos por el mundo, o "el mundo por los argentinos": dos caras de la misma moneda, dos formas de ver el fútbol en la ilusión de la línea de salida y la destreza de la línea de meta

Saludos, otro post que me encanta!

Alejandro dijo...

Hola, en primer lugar quiero felicitarte por el blog y decirte que me gustaria que nos enlazaramos.
http://pasionsevillista.blogspot.com

Marco dijo...

Excelente artículo, Pablo!

eliana dijo...

realmente se nota que eres un excelente peridista, gracias por visitarme, espero no te pierdas...